lunes, 17 de abril de 2006

De Shapiro a Brownfield

Al despuntar del día sábado 13 de abril de 2002, Charles Shapiro, embajador de Bush, entró a Miraflores con un propósito resuelto: afinar la articulación de la dictadura de Carmona con los lineamientos estratégicos de Estados Unidos en el área que los líderes de ese país han considerado su patio trasero. Exultante y efusivo saludó al hoy recordado como Pedro el brevísimo.

Con sus modos de procónsul frente al vasallo asustado, le dio las instrucciones precisas que el Departamento de Estado le había enviado para la marioneta devenido en dictadorzuelo instantáneo.

La designación de una nueva junta directiva de Pdvsa fue el tema central. Le ordenó estructurar un equipo directivo de la petrolera resteado con el objetivo de avanzar en su privatización dando amplias ventajas a las transnacionales de EE UU.

Aunque la escena es imaginaria, la visita se produjo; el registro de la misma es un hecho comunicacional de la historia del golpe contra la democracia, instrumentado por las élites políticas, militares, clericales, sindicales, empresariales y de la mal mentada sociedad civil, bajo la tutela yanqui. Y resulta verosímil el desarrollo de la entrevista entre Shapiro y Carmona aquí visualizado por uno de los antecedentes directos del golpe: el envión insurreccional contra el gobierno constitucional fue decidido a raíz de la aprobación de la Ley Habilitante, que incluía la reforma de la Ley de Hidrocarburos cuyo texto reivindica la soberanía petrolera de Venezuela, tal como se ha evidenciado con la migración de los convenios operativos a empresas mixtas, en las cuales Pdvsa tiene mínimo 51% de las acciones. Bush armó el aquelarre enardecido porque ya no sería el zar del petróleo en América Latina.

La inagotable fiebre del oro negro llevó a Shapiro a Miraflores aquella mañana, del mismo modo que fue la razón principal de que los jefes del imperio decretaran el derrocamiento de Medina Angarita y Rómulo Gallegos, entre otros crímenes de lesa humanidad que el conglomerado de corporaciones transnacionales dueñas del poder en EE UU ha cometido contra los pueblos de América Latina, el Caribe y el resto del planeta.

Idéntica a la manera que practicó Shapiro para articular los distintos grupos ejecutores del golpe de abril de 2002, es la que ha asumido sistemáticamente William Brownfield. Más que un embajador parece un candidato presidencial. Giras por distintas regiones del país, animadas por actos cuasiproselitistas con entrega de obsequios al público, discursos y baños de muchedumbre.

Frecuentes declaraciones de prensa frente a las cámaras de televisión y no mediante boletines escritos como estilan los demás embajadores cuando se comunican con la prensa.

Participación en programas de televisión. Todas estas febriles actividades de Brownfield lo convierten en un activo y audaz actor de la política interna venezolana, tanto que registra una exposición mediática mayor a la de Julio Borges, Teodoro Petkoff y Manuel Rosales juntos, los tres más destacados precandidatos presidenciales de la oposición.

Conocedor de que Brownfield no puede ser candidato presidencial por su condición de extranjero, el pueblo se pregunta:
¿Qué será lo que quiere el gringo? Y, con la misma certera sabiduría que demostró el 13 de abril de 2002, cuando derrocó a Carmona sin disparar un tiro, se responde: “Quitarnos nuestras conquistas revolucionarias”. Y agrega: “Hay que picarle adelante, pa’ gringo intervencionista, revolución a fondo”.

lunes, 10 de abril de 2006

Opinión

Quijotesco en su delgadez, educados modales y lealtad sin tregua a sus ideales, inapelables como sus imágenes fotográficas, Jorge Aguirre constituyó durante toda su trayectoria vital como fotoreportero la síntesis del apostolado de los auténticos periodistas: el compromiso indoblegable con la verdad como tributo diario al pueblo todo. Tanto que el artículo 58 de la Constitución, al consagrar la comunicación libre, plural, responsable y la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, contiene un homenaje permanente al arquetipo de fablistán que expresó siempre con su quehacer este sencillo y sereno comunicador social.

El asesinato de Jorge, cobarde y miserable, representa la tarascada criminal de los focos de las fuerzas antidemocráticas que se agazapan en los sectores nostálgicos del 11 de Abril, minúsculos pero abundantes en dólares y macabras intenciones animadas desde allende las fronteras. Los mismos grupúsculos que, apertrechados en lujosas oficinas, desatan el vendaval de infamias, injurias, vilipendios, difamación e intrigas contra quienes enfrentan el despropósito de usar la muerte de este eminente venezolano como recurso propagandístico para que la mentira repetida hasta la fatiga neuronal, sea aceptada como verdad. Goebbels aún tiene discípulos.

Pero ante la potente voz de la verdad insurgente no hay Goebbels que valga. La certeza del hecho sangriento en que un homicida segó la preciosa vida de quien todavía tenía mucho por hacer en el periodismo gráfico, aflorará sin sombras; y sea cual sea su identidad purgará la pena máxima que prevé el Código Penal: 30 años, no por odio ni venganza sino por clamor de justicia que manifiesta todo el pueblo. Que no haya impunidad.

Y hacer justicia a la memoria de Jorge Aguirre se extiende al muy merecido reconocimiento que la muerte inesperada le negó en vida. Desirée Santos Amaral, secretaria general del CNP–Caracas, ha propuesto que Jorge Aguirre reciba –post mortem– el Premio Nacional de Periodismo. En cada una de sus innumerables jornadas reporteriles, Jorge produjo joyas del periodismo gráfico, cualquiera de ellas le hace merecedor de ese premio. Muchas recogen momentos estelares del proceso político nacional desde el Palacio de Miraflores, la sede del Parlamento, las calles de Caracas y otras ciudades. Otras contienen instantes dramáticos como, por ejemplo, la última que tomó ya herido de muerte: la imagen de su asesino cuando huía.

Ya no veremos más la caballeresca figura de Jorge Aguirre con su cámara al ristre en las ruedas de prensa u otros acontecimientos generadores de noticias, pero su ejemplo vertical de propagador de verdades dichas con imágenes es ya una presencia perpetua.

Y más aún: Aguirre lega una cátedra vivificante para los jóvenes periodistas ya en ejercicio, para quienes ingresan en las escuelas de Comunicación Social; y deja asimismo, para quienes pisotean con el tráfico de mentiras la noble profesión del comunicador social, la imperturbable constatación cotidiana de que, no obstante tales acechanzas, los auténticos periodistas de Venezuela seguirán enarbolando sin dobleces la bandera del compromiso con la verdad como patrimonio de toda la nación. Corresponde ahora a quienes hacen de esa bandera una fe bregar sin descanso para que nunca más la labor de un periodista sea ahogada en sangre, que nunca más las balas asesinas le arrebaten a la familia venezolana el derecho de seguir conociendo la verdad gracias a los Jorge Aguirre que cada día salen a la calle a buscarla para hacerla noticia.

lunes, 3 de abril de 2006

El ser o no ser de Rosales

Cuando un emisario de la embajada estadounidense le propuso a Manuel Rosales ser candidato a un cargo que nadie elige, sino que quien sea presidente designa a su real saber, el trujillano frunció el seño. El palacio de Las Águilas es más cómodo que Carmelitas; sólo Miraflores vale una misa y todas las campañas del mundo.

Hacer proselitismo por Petkoff –el compañero de una fórmula sólo existente en los manejos publicitarios– no fue gancho para el gobernador. Ni siquiera lo pensó y le hizo saber a todos los componedores electorales de la oposición que si decidía participar en la contienda sería como abanderado presidencial; aceptaría sí que su pana Brownfield y sus asesores más preciados convencieran al catire del Batey de aspirar a la vicepresidencia.

“Visto su modesto récord electoral, a Teodoro no le sale nada más allá de creerse el cuento de ser abanderado a vicepresidente”, se oyó decir en los predios de la gobernación zuliana. “Manuel presidente”, va siendo la consigna en las asambleas de Un Nuevo Tiempo.

Rosales comparte los lamentos de quienes se retiraron de los comicios para la Asamblea Nacional, ahora que su voz es sólo ausencia en los debates parlamentarios.

Admite que fue una decisión impuesta por factores de poder, cuya estrategia era usar dichas elecciones como laboratorio de ensayo sobre el modo de incrementar la abstención; esperanza única y suprema del oposicionismo adorador de la violencia política y de sus amos de allende las fronteras.

Sabe ahora el zamarro político andino que la abstención ni pierde ni gana elecciones y que, para convertirla en fuerza de movilización social, se requiere más que los planes de cafetín y los frescos dólares de Washington.

Empero, ajeno a las cavilaciones de Rosales, George Bush sigue su estrategia con típica terquedad tejana: fomentar la abstención es la clave. Y el Manuelazo, que no quiere ser visto como un candidato/marioneta parlante, discurre sobre si llegado el momento tendrá que acatar la línea: retirarse en medio de una feroz campaña contra el árbitro electoral, aunque el Parlamento elija para esta función a puros San Francisco de Asís. Por eso lee el Manual Súmate de Uso y pone condiciones: exigencias inconstitucionales e ilegales que ningún rector del CNE puede complacer.

Así busca capturar al sector más extremo del oposicionismo, mantener el apoyo de Bush y, a la vez conservar sus vínculos con los partidos y otras organizaciones dispuestas a transitar la vía del voto. Ser un candidato atrapa-todo es su meta.

Sabiendo que está garantizada la imparcialidad, la transparencia y la confiabilidad del CNE, vale preguntarse qué hará Rosales.

¿Liquidará su capital electoral, que bien puede crecer más allá de la tierra zuliana, y convertirse en un megáfono propagador de infamias contra el Poder Electoral? ¿Será un eco del paroxismo propagandístico made in USA, cuando se oiga la iracunda orden de Bush:
¡Renuncien ya! ¡Dejen solo a Chávez en las elecciones! ¡Que se mida con la abstención! ¿O será el batallador que los sectores de la oposición no violenta esperan para salir a buscar votos.

Perder con Chávez el 3D comporta para Rosales ganancia política. Se convertiría en jefe de la oposición y seguiría siendo gobernador. Pero aún no sabe si conservaría la amistad de Brownfield, obsesionado por que se retire en noviembre. He ahí su dilema si decide postularse: ser un verdadero candidato o solo una marioneta parlante.