lunes, 28 de noviembre de 2005

Bushismo

Rabiosa muestra del complejo de supremacía que alienta a la élite dirigente de Estados Unidos se halla en la declaración del embajador de Bush en Madrid, dirigida a amenazar al gobierno de Rodríguez Zapatero por su decisión de autorizar a empresas españolas para que vendan aviones de transporte y lanchas militares a Venezuela. Prepotencia y jaquetonería son calificativos adecuados para describir el lenguaje verbal y gestual del diplomático bushista. Al gesto amenazante de su dedo índice solo le faltó el uso de la palabra veto, que aun sin haber sido pronunciada dominó la atmósfera en la rueda de periodistas.

Como todos los embajadores bushistas, el de marras se cree procónsul, virrey, autoridad de ocupación. Pero hete aquí que lo zapateó el gobierno español. Con una educadamente firme diplomacia lo carajeó y le hizo saber que pronto enviará a Caracas a su ministro de Defensa a ponerle fecha a la entrega de las aeronaves y las patrulleras. El bushista mastica su rabia pero tiene que calarse la independencia de la política exterior española.

¿Qué hará ahora Bush? ¿Buscará una marioneta parlante para denostar del presidente del gobierno español?
En cierta oportunidad Ronald Reagan, con el fin de descalificar a España en su disposición de ayudar a construir la paz en el Medio Oriente, espetó: “¿Quién diablos es Felipe González?” En alto grado es probable que George Bush, tan fundamentalista y de actitudes imperiales como Reagan, se exprese en forma similar de Rodríguez Zapatero.

Tal es su ideología: el desprecio por el otro, la supresión de la alteridad, el cerrarse a toda interlocución, la certidumbre de la superioridad propia, el close mind ante toda opinión disidente, la supremacía como expresión de la moral pseudoreligiosa estructurada con base en un pensamiento opresivo y asfixiante de la diversidad, la creencia ciega en un tal destino manifiesto de dominar el planeta imponiendo la pax made in USA como forma de control y dominio de los recursos estratégicos, no importa en qué lugar del mundo se encuentren; paz tan sangrienta e injusta como la romana en la Antigüedad; conquista tan homicida como la colonización del oeste con el exterminio de las poblaciones aborígenes. Estas características constituyen –en síntesis– la conceptualización operacional del bushismo ; el fundamentalismo agresivo, guerrerista y primitivo propio de los jerarcas de las transnacionales estadounidenses que integran el gobierno corporativo del gigante del norte, cuyo speaker es George Bush, articulador de los intereses del imperio dentro y fuera de su territorio.

Para nada es cierto que el bushismo haya permeado la conciencia colectiva del pueblo estadounidense.

En los distintos estratos de la sociedad de ese país emergen manifestaciones de rechazo al fundamentalismo imperial.

Progresivamente cobra fuerza un movimiento de contenido democrático, no solo en los sectores empobrecidos, sino también en grupos de capas medias e incluso de gerentes y propietarios de grandes empresas, las cuales están disociadas del complejo militar, industrial, comunicacional y científico-tecnológico que –con Bush– domina el poder estatal en Estados Unidos.

De hecho ya se observan indicadores de cuestionamiento abierto a la política de Bush en Irak y otras zonas del mundo, al punto que algunos asesores de la Casa Blanca temen estar en una etapa similar a la eclosión del movimiento pacifista, aquella que obligó al imperio a poner fin a la intervención militar en Vietnam.

lunes, 21 de noviembre de 2005

El culto a la abstención

El caudal de votos de las elecciones regionales y de los comicios municipales comportan un dramático descenso de sufragios tanto para las fuerzas progobierno como las oposicionistas.

Pero no a todo el mundo lo deshidrata el purgante. Porcentualmente los opositores han experimentado una aguda pérdida de poder por cada voto menos en su cuenta. En cambio las fuerzas del cambio democrático han acumulado espacios aun experimentado el referido descenso electoral. Y esto hubiese ocurrido incluso sin morochas. La cuestión consiste en que el impacto de la abstención ha sido mayor en el universo electoral antichavista. Esto salta a la vista en cualquier análisis comparado de los resultados del referéndum presidencial con los dos mencionados comicios; asimismo se mide en la capacidad de movilización de calle: el oposicionismo cerró su campaña por el Sí con un concurrido mitin en la zona de la autopista ubicada frente a La Carlota. Los seguidores de Chávez hicieron lo propio. Mas, hoy los bolivarianos conservan su capacidad de movilización de masas; en cambio el oposicionismo no logra reunir diez mil de sus seguidores. La desmoralización que sigue a toda derrota ha sido agudizada en extremo por las feroces pugnas en la dinámica de redefinición del liderazgo opositor. El resultado: confusión y desorientación ideológica: el neoliberalismo que antes los unió perdió la magia y dejó tantas interpretaciones como evangelios apócrifos; las redes organizativas de la sociedad civil, que fueron el orgullo de la tesis doctoral de Condoleezza Rice, hoy constituyen una miríada de tribus mediáticas; las fuentes de financiamiento, tan espléndidamente provistas otrora, se han reducido a las remesas que la administración Bush hace llegar preferentemente para Súmate.

Todo se sintetiza en una palabra:
paralización.

Y otra vez la paralización político electoral del oposicionismo sale de paseo de la mano de genios de la industria mass mediática, encaprichados con seguir siendo jefes de los mandamás de los partidos políticos.

La abstención es nuevamente la moda, lo in. De tal modo que el oposicionismo sufrirá otro bajón electoral y verá reducida sensiblemente su representación parlamentaria.

Retirarse de la contienda ya no tiene glamou r. Con la ultra flexibilidad del CNE, que le ha dado el sí a todos los antojos del oposicionismo, las razones para fundamentar una renuncia lucen tan falsas como un billete de a quince. Ya no victimizan. Lo ético sería decir que la despedida de la contienda se debe a la decisión de no verle la cara a la derrota; o seguir en el combate electoral con la búsqueda y defensa organizada de cada sufragio y aceptar limpiamente el resultado de la expresión de la soberanía popular el 4-D.

Creer que una oposición descangayada puede adelantar una estrategia destinada a deslegitimar social y políticamente al gobierno bolivariano, es por lo menos un novelón que ni Corín Tellado. El desafío de la oposición consiste en enfrentar sin ambages a los cultores del abstencionismo.

Ese es su principalísimo obstáculo.

Y no se le combate sólo en las pantallas de la televisión y en las ondas de la radio, sino también —y principalmente— donde vive la gente mediante el diálogo cara a cara con las asambleas populares y las visitas casa por casa. Sólo así cederá la mortífera abstención, siempre y cuando se deseche la absurda manía de descalificar al CNE, con lo que sólo logran aupar la abstención.

lunes, 14 de noviembre de 2005

¿Bagazos?

Cuando Marcel Granier publicó su libro La Generación de Relevo versus el Estado Omnipotente, Luis Herrera, presidente de la República en aquel tiempo, le espetó: “La generación de relevo le quiere poner la mano al Estado”. Contrariamente a lo que se podría esperar de su propia alerta, el copeyano siguió mansamente el viejo plan de hacer de las oficinas públicas sucursales de los grupos económicos. El texto de Granier, una pieza propagandística del para entonces pujante neoliberalismo, demandaba entrelíneas, la aceleración de la institución de un gobierno de las corporaciones –criollas pero asociadas a transnacionales– sin intermediarios como vía para frenar el proceso de agotamiento del puntofijismo, lo que hacía de los partidos políticos los únicos culpables del fracaso. Era algo así como si Poncio Pilato no sólo se lavaba las manos por el homicidio del Nazareno, sino que adicionalmente era elevado a César. El antibipartidismo devino en antipartidismo generalizado, y fue llamado, con mistificante tecnicismo, antipolítica.

La cuestión se resumía en una premisa sencilla: el mejor gerente de la empresa privada –Granier juraba serlo– debía convertirse en Presidente de la República. AD, Copei y los demás partidos políticos eran considerados trastos inservibles, molestos, desechables; la moda prometida consistía en el gobierno directo de la élite genuina, sin advenedizos escaladores sociales. Si bien Granier no llegó a la Presidencia de la República, sueño que aún parece acariciar, y AD y Copei siguen siendo aparatos electorales –cada día más disminuidos– a la carta de las élites; y el gobierno de las corporaciones, concretado con el golpe de abril 2002, solo duró 47 horas; la ahora avejentada generación de relevo cree todavía posible ponerle la mano al Estado. El logro de tal propósito pasa por afianzar el vasallaje de los partidos políticos oposicionistas –viejos y nuevos–, alebrestados un poco luego de pagar caro, con las derrotas del referendo y los comicios regionales y municipales, el ser parientes pobres en la conspiración del 2002-2003.

La oligarquía de relevo encajonó a los dirigentes de los partidos políticos en una vorágine insurreccional, así como reclutó a militares, intelectuales, sindicalistas y faranduleros, y los llevó al barranco del golpe, el paro y la guarimba. Luego los remató promoviendo la abstención para depurar la jefatura oposicionista; los desterró de la pantalla televisiva; a los que se arrepintieron del golpismo los carajeó inclementemente ridiculizándolos sin tregua. Pero hete aquí que la misma añeja oligarquía otra vez chantajea a la dirigencia partidista opositora para lanzarla por el precipicio de la abstención y el culto al guarimbeo, con la promesa vana de que así Bush aislará a Venezuela acusando al Gobierno de antidemocrático, y habrá otro 11 de abril y –distinto a lo que les hizo Carmona– no los dejarán como la guayabera.

¿Harán nuevamente el papel de tontos útiles los dirigentes de los partidos políticos oposicionistas enloquecidos tras un imposible? ¿Cederán al chantaje de la oligarquía y de Bush?
¿Retirarán los candidatos?
¿Terminarán como bagazos secos y desechados?
Con o sin candidaturas oposicionistas el 4 de diciembre habrá elecciones transparentes, legítimas, pacíficas y tranquilas.

Y si el oposicionismo cede ante el chantaje de la oligarquía y de Bush, será el pueblo quien lo deje como la guayabera.