lunes, 26 de marzo de 2007

Guabineo latifundista

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"No habrá pobres ni ricos, ni esclavos ni dueños, ni poderosos ni desdeñados, sino hermanos que sin descender la frente se traten bis a bis, de quien a quien". Esta frase no pertenece a uno de los juramentados propulsores del Partido Socialista Unido de la Revolución Bolivariana de Venezuela (Psurbv); la escribió Ezequiel Zamora en una carta fechada en Barinas, el 12 de diciembre de 1859. No obstante, muchos de los propulsores la pueden hacer suya con la legitimidad incuestionable que otorga el ser herederos y continuadores de la lucha del general del pueblo soberano. Zamora tiene mucho que hacer todavía en estas tierras, valga el plagio de la famosa frase martiana. Esos propulsores fueron los que vitorearon a Chávez en el Teresa Carreño cuando el barinés anunció un nuevo envión de la misión Zamora con la democratización del uso y la tenencia de 330.796 hectáreas de tierra, ubicadas en los estados Barinas, Apure, Portuguesa, Anzoátegui, Aragua y Guárico. Campos óptimos para la ganadería y la agricultura que hoy albergan latifundios inmensos registrados a nombre de connotados terratenientes, cuya verbalización posmoderna en nada revela el oscurantismo y la barbarie de las relaciones sociales y económicas que imponen aún en el medio rural venezolano. Doña Bárbara y el hato El Miedo siguen palpitando en la realidad del llano. Por más ilustrados que se muestren los Santos Luzardo de este nuevo tiempo, siguen siendo feroces terratenientes cuyo discurso modernizador sólo mistifica un proceso de sustitución de élites, con pacto de cohabitación en muchos casos, que integran bloques de poder para controlar los órganos regionales y municipales del Estado en aras de proteger, reproducir y expandir su más sagrado interés: explotar a los campesinos, jornaleros y demás trabajadores del medio rural, en un proceso despiadado de acumulación de capital sin medida ni límites. Doña Bárbara se fundió con Santos Luzardo y aquí la tenemos hoy. Pero para despecho de los terratenientes, los ideales de Zamora se abren brecha en la realidad nacional con la fuerza de los motores constituyentes de la revolución bolivariana, no sólo en barrio adentro sino también en la sabana profunda. Con Chávez no hay hato El Miedo que valga, ni guabina que por resbalosa burle a la revolución. "La Federación encierra en el seno de su poder el remedio de todos los males de la patria. No. No es que los remedia, es que los hará imposibles...Volveremos la espalda, ya para siempre, a las tiranías, a las dictaduras, a todos los disfraces de la detestable autocracia" (Manuel Landaeta. Biografía del valiente ciudadano General Ezequiel Zamora. 1961: 286). Y Zamora no habla en abstracto: la tiranía la ejerce el bloque de poder de los terratenientes, monopolistas del comercio, traficantes de la fe y choperos uniformados. Algo de eso queda en el llano todavía. La revolución llegó para barrerlo: acabar con los vestigios de la tiranía latifundista en los campos de Venezuela para hacer del ideal zamorano una realidad cotidiana, sólida, irreversible: tierra productiva en manos de quien la trabaja; apoyo del Estado para que esa democratización no sea marchitada por los terratenientes nostálgicos del poder que ya empiezan a perder. Esta vez no habrá victoria de los traidores. No prevalecerán quienes desean imponer sólo un cambio formal, gatopardiano, guabinoso. No habrá un Zamora asesinado ni un Tratado de Coche, consagratorio del crimen y la traición. También el campo cambia para siempre. El bloque de poder de los latifundistas, grandes comerciantes, traficantes de la fe y funcionarios corruptos se disuelve bajo los efectos revolucionarios. Por más que guabineen siempre la misión Zamora les ve el bojote.

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