lunes, 19 de diciembre de 2005

Santa Bush

Tan citada como descontextualizada, la frase de Marx sobre la religión como opio de los pueblos siempre es expuesta sin la referencia a que –dialéctica dualidad– en determinadas circunstancias históricas las creencias religiosas pueden ser instrumento de liberación de las naciones. Y tal ocurre con el cristianismo, devenido en parte sustantiva del ser nacional venezolano. Porque bien discurrió Bolívar al cerciorarse de que somos un nuevo pequeño género humano: ibérico, africano y aborigen; cristiano y animista, entre otras expresiones religiosas. De modo que frente al Mister Danger denunciado por Gallegos, que manifiesta su presencia imperial de disímiles maneras, muchas sutilmente encubiertas y eficaces, por ejemplo, en actitudes cotidianas expresadas en conductas pronto aceptadas como inocuos hábitos, los símbolos y prácticas cristianas más que manifestaciones religiosas constituyen instrumentos de resistencia combativa para preservar la especificidad del pequeño género humano formado en estos lares.

De las miles de máscaras del Mister Danger galleguiano resalta en estos días navideños la de Santa Claus. Disimulada fuerza de ocupación cultural que con festiva sutileza introyecta en el ser colectivo del país actitudes y conductas (hábitos) arraigados en el desprecio por las expresiones culturales de las pascuas criollas. Ya se ve una cuña televisiva en la que un niño se burla de su compañerito porque éste aún cree en el Jesús de Belén y en los Reyes Magos, y le muestra triunfante los regalos que le trajo su Santa Claus; no el nórdico sino el made in USA. En pocas oficinas públicas, no se diga privadas, ya no se ve el pesebre nacional:
preside Santa Claus y su ¡jo jo!
de invasor ya enseñoreado en sus dominios de conquista. La nieve de fingimiento y pacotilla cubre cada navidad más espacios públicos. Los renos de anime son tan populares como la hallaca y el carato. Y en la oferta cinematográfica Hollywood impone sueños de una navidad reñida con el trópico y los cantares del sincretismo cultural criollo. En desuso va quedando la canción del año nuevo en castellano venezolanizado y ritmo de parranda o villancico.

¡De vainita se salva la gaita! Progresa la versión en spanglish impuesta perseverantemente por emisoras de radio, televisoras, distribuidoras de discos compactos y organizadores de festividades decembrinas disneyworldianas.

Y para coronar, emisoras de radio del Gobierno se suman a la propagación del mentado espíritu de la navidad, tan gringo como el Santa Claus de los centros comerciales.

Si se trata de publicitar productos dignos de regalos navideños, ¿por qué no se pueden asociar con el Niño Jesús? No se trata de visiones premodernas, ultranacionalistas o antiglobalizadoras, sino de la necesaria concientización de que completar la titánica obra de la independencia nacional, para hacer realidad cotidiana la letra de la Constitución bolivariana, se impone transformar la cultura nacional desde sus propios contenidos para preservar su esencia libertaria y emancipadora.

Durante décadas el venezolano fue sometido a un proceso de asimilación cultural por la industria del entretenimiento de Estados Unidos. Producto de ese sometimiento es el mayamerismo de sectores de la sociedad, y lo es también la adoración de Santa Claus, máscara de Bush en estos tiempos, práctica frente a la que debemos volver al origen de nuestra navidad: el pesebre.

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