lunes, 27 de febrero de 2006

Cardenal habemus

De la misma forma que el pesebre, emblema de la navidad, ha devenido en un símbolo del ser nacional venezolano, más que un ícono de la religión católica, no obstante la ferocidad con que sectores pitiyanquis se esfuerzan en sustituirlo por Santa Claus, la designación del cardenal Urosa Savino trasciende el mundo del catolicismo y expresa de manera fidedigna el sentir del país en su conjunto, sin menoscabo de que el regocijo de la familia católica registre mayor intensidad. Y no se trata de una ocasión para la retórica y el ritual del protocolo, sino que su santidad Benedicto XVI se ha guiado con sabiduría en la decisión tan celebrada por Venezuela, la real, la verdadera, la del Estado democrático, social de Derecho y de justicia; la del pluralismo político y la unidad nacional en la diversidad y los valores de la libertad, la independencia, la soberanía y la autodeterminación; la del proceso de cambio democrático fundado en la premisa tan bien expresada por el ex canciller Roy Chaderton Matos: “Una revolución para incluir a los excluidos sin excluir a los ya incluidos”.

Nadie pretende borrar el recuerdo estigmatizante y la congoja que entristeció a la familia católica venezolana por las posturas poco democráticas de un sector del clero en el proceso conspirativo de los años 2002 – 2003; no obstante, con embargo por tales acontecimientos, flaco servicio se le haría al país si las actitudes y conductas individuales y colectivas frente a la elevación de Jorge Urosa Savino a la dignidad cardenalicia se anclan artificialmente en las tensiones que permearon la sociedad durante las jornadas del golpe de Estado, el goteo militar en la plaza Francia, el paro económico petrolero y las guarimbas. Sin caer en el facilismo de decir lo pasado pasado, se impone apostar por el reencuentro pleno y fecundo de la nación, cuya realización sólo puede darse en el cauce de la Constitución y las leyes, vale decir, del Estado de Derecho. En ese contexto se empina el compromiso compartido de perseverar en el diálogo, instrumento básico de la convivencia democrática, o sea, cívica y pacífica, lo que hace obligante para quienes integran la mayoría política del país tanto como para quienes se ubican en la minoría propender a la perdurabilidad y el reforzamiento de los valores y las prácticas derivadas de la Constitución como, por ejemplo, la participación en el proceso de elección del Consejo Nacional Electoral, así como en la campaña electoral y en los comicios del 3 de diciembre acatando su resultado como expresión de la soberanía popular, y además el respeto a las decisiones emanadas de los poderes públicos.

La fe democrática y la ética cristiana manifestada en la entrega al apostolado del sacerdocio de Jorge Urosa Savino se observa en su conducta de cada día. Siempre se tendrán coincidencias con él y asimismo –dialécticamente— disentimientos.

Prueba de que asume con la certeza de una auténtico pastor del pueblo la circunstancia de que la Iglesia expresa a todos los feligreses sin excepción, y que el hecho de que un hermano católico difiera de la opinión de un obispo o del mismo cardenal contrario a perturbar la visión compartida sobre Venezuela la fortalece en los espacios del consenso con base en asumir con tolerancia los disensos. De modo que incluso quienes profesan otra fe religiosa distinta a la católica y los ateos deben decir sin complejos: cardenal habemus.

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