lunes, 13 de febrero de 2006

¿Cuál ejemplo, Rosales?

Que ningún g o b e r n a d o r haya logrado dar el salto a la silla de Miraflores no es razón para renunciar a intentarlo.

Definida como ha sido la ruta de reelección del presidente Chávez, entre los gobernadores sólo a uno lo asalta el dilema shakesperiano:
Ser o no ser. Y no es Morel, quien desde su exitosa campaña de octubre 2004 asumió una cierta manera de ser progobierno y opositor a la vez.

En Nueva Esparta se dice que entre los movimientos afines al gobernador hay dos peculiares:
el Mocha (morelistas con Chávez) y el Chamo (chavistas con Morel). La suma de ambos representa la base principal de la plataforma de Morel. De modo que por las neuronas del hábil político margariteño no pasa la idea de pensar en ser inquilino del palacio de Joaquín Crespo.

También 2006 será para Morel un año de invenciones, de derroche creativo, para estar con Dios y con el diablo, sin entrar en antagonismos que comporten definiciones ideoprogramáticas.

Distinto a su colega oriental, el trujillano Manuel Rosales, zuliano de arraigo como muchos otros de sus paisanos, le mete coco a la posibilidad de jugársela ya frente al presidente Chávez. Pa’ luego (2012) es tarde, parece pensar. Y para aumentarle las ganas candidaturales su buen amigo William Brownfield, embajador de George Walker Bush en Caracas y ex cónsul de larga data en los predios marabinos, le atiza el ánimo asegurándole todo el apoyo del imperio y de sus enclaves neocoloniales en los grupos oposicionistas (políticos y económicos). Como dicen en el llano: “Rosales está chinguito por ser candidato presidencial”.

Zamarro como buen andino, el gobernador ve para los lados y se pregunta qué pasará el 4 de diciembre, con los votos ya contados y cantados; quién se queda con la gobernación. Porque en su entorno arrancó la pugna por la sucesión, asumiendo —sin preguntarle siquiera— que renunciará el mismo día que haga pública su aspiración presidencial, siguiendo el camino de Oswaldo Álvarez Paz y Francisco Arias Cárdenas, quienes legitimaron su candidatura a Miraflores firmando su adiós irrevocable al palacio de las Águilas.

Pero a nadie le ha jurado seguir el ejemplo de sus dos antecesores.

No pierde de vista que, derrotado por Caldera en 1993, Álvarez Paz se quedó sin el chivo y sin el mecate, y Lolita Aniyar de Castro, candidata del MAS y Convergencia, triunfadora en los comicios regionales, se ocupó de cerrarle los espacios del poder zuliano; tal como el mismo Rosales hizo en 2000 cuando se alzó con votos en la gobernación y enterró la gestión de Arias, perdedor ante Chávez.

A Rosales le tienta otro ejemplo:
el de Andrés Velásquez.

Gobernador de Bolívar, el sindicalista se montó en una campaña para conquistar Miraflores en 1993 sin renunciar a continuar siendo inquilino de la gobernación, aunque cargó con el decir de sus adversarios de que no renunciaba porque se sabía perdedor en la contienda presidencial.

He allí el contraste: distinto al otro perdedor, el zuliano Álvarez Paz, Velásquez se quedó con el mecate hasta la culminación de su período en 1995, cuando se resteó por su compañero Víctor Moreno (actual presidente de Fetrabolívar), derrotado a la postre por el adeco Jorge Carvajal, circunstancia que consolidó la caída de La Causa R, hoy sólo nostalgia de lo que pudo ser.

¿Cuál ejemplo ha de seguir Rosales: el de sus antecesores en el Zulia o el del ex gobernador bolivarense? He ahí la cuestión.

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