lunes, 3 de abril de 2006

El ser o no ser de Rosales

Cuando un emisario de la embajada estadounidense le propuso a Manuel Rosales ser candidato a un cargo que nadie elige, sino que quien sea presidente designa a su real saber, el trujillano frunció el seño. El palacio de Las Águilas es más cómodo que Carmelitas; sólo Miraflores vale una misa y todas las campañas del mundo.

Hacer proselitismo por Petkoff –el compañero de una fórmula sólo existente en los manejos publicitarios– no fue gancho para el gobernador. Ni siquiera lo pensó y le hizo saber a todos los componedores electorales de la oposición que si decidía participar en la contienda sería como abanderado presidencial; aceptaría sí que su pana Brownfield y sus asesores más preciados convencieran al catire del Batey de aspirar a la vicepresidencia.

“Visto su modesto récord electoral, a Teodoro no le sale nada más allá de creerse el cuento de ser abanderado a vicepresidente”, se oyó decir en los predios de la gobernación zuliana. “Manuel presidente”, va siendo la consigna en las asambleas de Un Nuevo Tiempo.

Rosales comparte los lamentos de quienes se retiraron de los comicios para la Asamblea Nacional, ahora que su voz es sólo ausencia en los debates parlamentarios.

Admite que fue una decisión impuesta por factores de poder, cuya estrategia era usar dichas elecciones como laboratorio de ensayo sobre el modo de incrementar la abstención; esperanza única y suprema del oposicionismo adorador de la violencia política y de sus amos de allende las fronteras.

Sabe ahora el zamarro político andino que la abstención ni pierde ni gana elecciones y que, para convertirla en fuerza de movilización social, se requiere más que los planes de cafetín y los frescos dólares de Washington.

Empero, ajeno a las cavilaciones de Rosales, George Bush sigue su estrategia con típica terquedad tejana: fomentar la abstención es la clave. Y el Manuelazo, que no quiere ser visto como un candidato/marioneta parlante, discurre sobre si llegado el momento tendrá que acatar la línea: retirarse en medio de una feroz campaña contra el árbitro electoral, aunque el Parlamento elija para esta función a puros San Francisco de Asís. Por eso lee el Manual Súmate de Uso y pone condiciones: exigencias inconstitucionales e ilegales que ningún rector del CNE puede complacer.

Así busca capturar al sector más extremo del oposicionismo, mantener el apoyo de Bush y, a la vez conservar sus vínculos con los partidos y otras organizaciones dispuestas a transitar la vía del voto. Ser un candidato atrapa-todo es su meta.

Sabiendo que está garantizada la imparcialidad, la transparencia y la confiabilidad del CNE, vale preguntarse qué hará Rosales.

¿Liquidará su capital electoral, que bien puede crecer más allá de la tierra zuliana, y convertirse en un megáfono propagador de infamias contra el Poder Electoral? ¿Será un eco del paroxismo propagandístico made in USA, cuando se oiga la iracunda orden de Bush:
¡Renuncien ya! ¡Dejen solo a Chávez en las elecciones! ¡Que se mida con la abstención! ¿O será el batallador que los sectores de la oposición no violenta esperan para salir a buscar votos.

Perder con Chávez el 3D comporta para Rosales ganancia política. Se convertiría en jefe de la oposición y seguiría siendo gobernador. Pero aún no sabe si conservaría la amistad de Brownfield, obsesionado por que se retire en noviembre. He ahí su dilema si decide postularse: ser un verdadero candidato o solo una marioneta parlante.

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