lunes, 10 de abril de 2006

Opinión

Quijotesco en su delgadez, educados modales y lealtad sin tregua a sus ideales, inapelables como sus imágenes fotográficas, Jorge Aguirre constituyó durante toda su trayectoria vital como fotoreportero la síntesis del apostolado de los auténticos periodistas: el compromiso indoblegable con la verdad como tributo diario al pueblo todo. Tanto que el artículo 58 de la Constitución, al consagrar la comunicación libre, plural, responsable y la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, contiene un homenaje permanente al arquetipo de fablistán que expresó siempre con su quehacer este sencillo y sereno comunicador social.

El asesinato de Jorge, cobarde y miserable, representa la tarascada criminal de los focos de las fuerzas antidemocráticas que se agazapan en los sectores nostálgicos del 11 de Abril, minúsculos pero abundantes en dólares y macabras intenciones animadas desde allende las fronteras. Los mismos grupúsculos que, apertrechados en lujosas oficinas, desatan el vendaval de infamias, injurias, vilipendios, difamación e intrigas contra quienes enfrentan el despropósito de usar la muerte de este eminente venezolano como recurso propagandístico para que la mentira repetida hasta la fatiga neuronal, sea aceptada como verdad. Goebbels aún tiene discípulos.

Pero ante la potente voz de la verdad insurgente no hay Goebbels que valga. La certeza del hecho sangriento en que un homicida segó la preciosa vida de quien todavía tenía mucho por hacer en el periodismo gráfico, aflorará sin sombras; y sea cual sea su identidad purgará la pena máxima que prevé el Código Penal: 30 años, no por odio ni venganza sino por clamor de justicia que manifiesta todo el pueblo. Que no haya impunidad.

Y hacer justicia a la memoria de Jorge Aguirre se extiende al muy merecido reconocimiento que la muerte inesperada le negó en vida. Desirée Santos Amaral, secretaria general del CNP–Caracas, ha propuesto que Jorge Aguirre reciba –post mortem– el Premio Nacional de Periodismo. En cada una de sus innumerables jornadas reporteriles, Jorge produjo joyas del periodismo gráfico, cualquiera de ellas le hace merecedor de ese premio. Muchas recogen momentos estelares del proceso político nacional desde el Palacio de Miraflores, la sede del Parlamento, las calles de Caracas y otras ciudades. Otras contienen instantes dramáticos como, por ejemplo, la última que tomó ya herido de muerte: la imagen de su asesino cuando huía.

Ya no veremos más la caballeresca figura de Jorge Aguirre con su cámara al ristre en las ruedas de prensa u otros acontecimientos generadores de noticias, pero su ejemplo vertical de propagador de verdades dichas con imágenes es ya una presencia perpetua.

Y más aún: Aguirre lega una cátedra vivificante para los jóvenes periodistas ya en ejercicio, para quienes ingresan en las escuelas de Comunicación Social; y deja asimismo, para quienes pisotean con el tráfico de mentiras la noble profesión del comunicador social, la imperturbable constatación cotidiana de que, no obstante tales acechanzas, los auténticos periodistas de Venezuela seguirán enarbolando sin dobleces la bandera del compromiso con la verdad como patrimonio de toda la nación. Corresponde ahora a quienes hacen de esa bandera una fe bregar sin descanso para que nunca más la labor de un periodista sea ahogada en sangre, que nunca más las balas asesinas le arrebaten a la familia venezolana el derecho de seguir conociendo la verdad gracias a los Jorge Aguirre que cada día salen a la calle a buscarla para hacerla noticia.

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