lunes, 8 de mayo de 2006

El articulador

La reunión de los cuatro presidentes en Iguazú produjo hechos políticos de gran incidencia en el porvenir del subcontinente. No se trata sólo de la incorporación de Bolivia al proyecto del gasoducto del Sur; o del acuerdo de Bolivia, Argentina y Brasil de abordar las diferencias derivadas de la nacionalización de los hidrocarburos del altiplano con criterio de consenso buscando favorecer los legítimos intereses de los tres pueblos, con base en el respeto a la soberanía boliviana.

Además de estos indicadores ha de anotarse la singular circunstancia de que en los resultados de la cumbre presidencial se manifiesta una asimilación de la pertinencia de las propuestas del jefe del Estado de Venezuela. El ingreso de Bolivia al gasoducto constituye un reconocimiento a la perseverancia con que Chávez impulsó esta posibilidad para darle coherencia al escudo energético suramericano como un instrumento de fortalecimiento y profundización del proceso integracionista.

La concordancia sobre el abordaje consensuado de los efectos colaterales de la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos forjada en el debate de la reunión entre Lula Da Silva, Néstor Kirchner y Evo Morales es un logro del papel de buen oficiante de Hugo Chávez.

Negarlo es mezquindad. Mas si se asume en el contexto del acuerdo la tenaz resistencia de factores internos en Argentina y Brasil, como, por ejemplo en el caso brasileño, la adversa y dura posición de la junta directiva de Petrobrás, la petrolera de capital mixto, bandera del Estado carioca.

Vale ser objetivo. Los cuatro presidentes cuidaron la imagen de equipo, el dinámico equilibrio de manejarse ante la prensa sin que ninguno fuera anulado, evitando el posicionamiento de un primus inter pares. Empero, desde el mismo momento del anuncio simultáneo de la reunión en La Paz, Brasilia, Buenos Aires y Caracas se olfateaba que Chávez era el esgrimista de la diplomacia del acuerdo por encima de los intereses aparentemente contradictorios entre los tres países cuyas economías dependen en gran medida del gas (Bolivia que lo produce, Argentina y Brasil que lo consumen).

El venezolano cimentó una imagen irrevocable de estadista.

Se condujo con un sentido preciso de las proporciones en una dialéctica en la que un gesto inadecuado, una palabra descontextualizada hubiera podido echar por tierra la hazaña de amarrar el referido entendimiento, cuya proyección da nuevas energías también al Mercosur. Claro que escribir esto es abonarse en la jerga del oposicionismo el estigma de oficiante de la adulancia; valga el costo, pero la verdad bien merece cargar unos cuantos insultos, práctica tan propia de la cultura y el quehacer políticos de estas tierras.

En Iguazú se patentizó que los procesos de integración son integrales o se quedan en el remedo, en la frustrante caricatura. En una primera aproximación el fondo del asunto era de carácter económico comercial: cambio de la relación de compra y venta del ahora nacionalizado gas boliviano. Asumir que este aspecto agotaba ya el asunto a debatir hubiera arrojado un alejamiento entre los tres países involucrados directamente en el intercambio. Se impuso la racionalidad de la práctica política, maestra de la vida social. Privó el ser latinoamericano, la opción de desarrollo con sentido social y modos democráticos desde el Sur para el Sur. Y así se quedaron con las ganas los que quieren dividirnos para acabar con la integración. Fallaron Bush y sus bushitos.

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